Viktor Frankl: el judío que pudo huir de los nazis y no lo hizo (II)

Una vez liberado y, tras su regreso a Viena en 1945, Frankl escribió El hombre en busca de sentido, una novela que describe la vida del prisionero de un campo de concentración desde la perspectiva psiquiátrica. En esta obra expuso que, incluso en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hombre puede encontrar una razón para vivir basada en su dimensión espiritual. Una reflexión que le sirvió para confirmar y acabar de desarrollar la Logoterapia (ciencia de la que hablábamos en el anterior artículo).

Instrumento de tortura del campo de concentración de Dachau Fotografía: Jimena Tierra
Instrumento de tortura del campo de concentración de Dachau
Fotografía: Jimena Tierra

Como tantas otras, la gran pantalla se ha encargado de acercarnos a las cruentas torturas que los nazis proporcionaban a la comunidad judía, tan explícita y reiteradamente que es difícil que a alguien le pase inadvertida la intervención de Hitler en el terreno histórico. Películas como La lista de Schindler o El pianista nos han mostrado hasta la última gota de sangre manada del horror de aquella época, pero la lectura que vengo a presentar aporta esos pequeños detalles en que Hollywood no ha reparado, anécdotas interesantes y, cuando menos, curiosas, que aportan un nuevo punto de vista al interesado en este campo.

En esta ocasión, la novela resulta ser más valiosa por el mensaje que transmite que por su ubicación en el terreno de la literatura contemporánea. Seguramente no posee la calidad narrativa de La casa de los encuentros de Martin Amis, de Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados, de Primo Levi, de Sin destino, de Imre Kertész, o de Más allá de la culpa y la expiación, de Jean Améry. Pero se trata de una obra fértil e innovadora desde el punto de vista utópico, un ensayo autobiográfico narrado en primera persona a través de un lenguaje cercano y eminentemente pragmático que nos aproxima de modo visual a la experiencia vivida por su protagonista, al tiempo que nos ayuda a entender cómo fue posible que encontrase el sentido de la vida en tan infrahumanas condiciones. Por otro lado, Améry y Primo Levi se suicidaron. Algo impensable en Viktor Frankl.

Con el paso del tiempo, El hombre en busca de sentido ha llegado a ser traducida en más de veinte idiomas y considerada por la Library of Congress como uno de los diez textos de mayor influencia de América.

El hombre en busca de sentido es una lectura de superación personal, una explicación al sentido de la existencia desnuda, un afán de motivación personal e instinto de supervivencia y el valor madurativo del sufrimiento aceptado.

Informe del prisionero Nº 119.104

Viktor Frankl establece tres fases diferenciadas en su utopía El hombre en busca de sentido: el internamiento en el campo, la vida en el campo y después de la liberación.

Internamiento.

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Andén del campo de concentración de Dachau. Al fondo, la casa de los guardias.
Fotografía: Jimena Tierra

El autor explica su llegada a la estación de ferrocarril de Auschwitz en estado de shock agudo e intenso, en un vagón de tren atestado por ochenta personas tumbadas sobre su equipaje y con la vana esperanza de ser empleados como mano de obra barata en una fábrica de munición.

 

Llegados al campo, Frankl indica que se realizaba una primera selección. Un oficial de la SS de alta graduación pasaba por delante de ellos, ubicados en hilera, y señalaba a la izquierda o a la derecha. Ellos no entendieron en qué consistía el juego del dedo hasta que fueron conocedores de que a la izquierda, a unos cientos de metros, se divisaba una construcción con una enorme chimenea escupiendo ingentes cantidades de humo.

Frankl, junto con los primeros supervivientes, fue desinfectado, rapado la cabeza y desprovisto de todas sus pertenencias, salvo la muda y los zapatos. Aquéllos que tuvieron la idea de esconder joyas fueron torturados impíamente. Fue entonces cuando comprendió el sentido de la existencia desnuda y nació en ellos cierto humor macabro provocado por la tenencia de nada, salvo de sí mismos. Una sonrisa inevitable que surgía colectivamente cuando les llevaban a las duchas y salía agua, y una curiosidad extrema por saber cómo era posible que los libros de medicina errasen y no se constipasen habiendo estado a la intemperie del frío invierno, desnudos y empapados, o no necesitasen horas de sueño para afrontar el día despiertos, o sus encías estuviesen más saludables que antes a pesar de las carencias higiénicas y vitamínicas.

Y, a pesar de ello, soportaban el dolor y la vejación a toda costa, siendo muy pocos los que se lanzaban a las alambradas.

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Camastros de madera y amianto, campo de concentración de Dachau
Fotografía: Jimena Tierra

Frankl habla del asedio de una apatía ineluctable a los pocos días del internamiento, una anestesia emocional producida por un cúmulo de emociones como repugnancia, piedad, indignación y horror vedadas en la psicología del prisionero. Cuenta cómo el insulto o gestos de desprecio tratándoles como animales jugaban un papel más lacerante que el de los golpes y latigazos, y una necesidad imperiosa de autodefensa emocional nacía con el afán de no permitir que se le arrebate la humanidad.

El alto grado de desnutrición nubla el raciocinio y durante los pocos minutos de descanso el recluso disfruta de sueños relacionados fundamentalmente con alimentos. Cuando se ha perdido todo, la sexualidad y el sentimentalismo se vuelven inexistentes y se produce una «hibernación cultural», un primitivismo físico y mental que ansía un instante de soledad para que el prisionero halle sus propios pensamientos.

Sorprendentemente, se mantienen firmes la conciencia religiosa, la ideología política o la creatividad artística, y se promueven curiosas prácticas como realizar espiritismo.

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Cámara de gas en el campo de concentración de Dachau
Fotografía: Jimena Tierra

«En realidad no importa que no esperemos nada de la vida», dice Frankl, «sino que la vida espere algo de nosotros».

Después de la liberación.

El día de la liberación los oficiales de la SS tornaron su amabilidad, les ofrecían cigarrillos e incluso les ayudaban a subir al tren de regreso. Sin embargo, los reclusos habían perdido la capacidad de alegrarse, estaban «despersonalizados». Según cuenta el autor, muchos abrazaron la liberación como un desahogo, un bello sueño cuyo eco tronador resonaba en la cabeza de otros como una pesadilla insoportable.

«La Historia nos brindó la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Quién es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración».

¿Sabías que…?

Nada más ingresar en el campo de concentración de Auschwitz perdió el libro que abarcaba su trayectoria profesional, como era normal, de una manera brutal y brusca: le insultaron, le obligaron a despojarse de sus ropas y rompieron el manuscrito delante de él. A cambio, le entregaron los harapos de un prisionero que acababa de ser enviado a la cámara de gas.

Curiosamente, en el bolsillo de la chaqueta que acababan de entregarle encontró una página arrancada de un libro de oraciones en hebreo que contenía la más importante oración judía, el Shemá Insael. Esto le motivó a vivir, sufrir o morir, según alentaba el espíritu de aquel texto y consideró su «visita» al campo como un experimentum crucis.

También en iHA| Viktor Frankl, el judío que pudo huir de los nazis y no lo hizo (I)

En colaboración con iHistoriArte| Jimena Tierra

Bibliografía| El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl. Ed Herder. Con prólogo de José Benigno Freire.

Fuentes| http://www.maribelium.com/logoterapia2.htm http://rafaelnarbona.es/?p=43

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