Sertorio, historia del «general rebelde» a Roma

Sertorio

La resistencia de un general romano en pos de un ideal romántico

Sertorio, el general rebelde

Sertorio
crédito: biblioteca digital
«A éste (Sertorio), el que encontramos más semejante entre los griegos es el cardiano Eumenes, ambos nacidos para mandar ejércitos, ambos fecundos en estratagemas, ambos arrojados de su país, fueron caudillos de gentes extrañas, y ambos, finalmente, fue su muerte muy dura y violenta la fortuna, porque perecieron traidoramente a manos de aquellos mismos con quienes habían vencido a sus enemigos.»
«La historia la escriben los vencedores», esta frase anónima cobra especial relevancia cuando se trata la figura de Sertorio, el general romano que hizo de Osca, actual Huesca, la capital de su imperio. Vilipendiado por sus contemporáneos, habrá que esperar casi treinta años para encontrar una referencia favorable a su persona. Posteriormente ensalzado como héroe nacional por la literatura hispana… Descubriremos en éstas líneas que se trata de un personaje carismático, que supo aprovechar las circunstancias y sus más que notables dotes militares y de mando, para llevar a cabo una empresa de enorme envergadura en pos de un ideal romántico. En una época en que la República se desmorona bajo su propio peso, creando el germen del futuro Imperio Romano.

Los comienzos: de soldado raso a General

Quinto Sertorio, Quintus Sertorius, en latín, nació en el seno de una familia humilde de Nursia, en el país de los sabinos, una región tectónica en el corazón de los Apeninos. Su parentesco con el famoso Cayo Mario, junto con sus destacadas dotes de orador y militar, le sirvieron para labrarse una próspera carrera militar. Destacó desde bien temprano; sirviendo en la guerra contra cimbros y teutones, se infiltró entre las líneas enemigas como espía para recabar información. Lo que le sirvió para ganar reconocimiento y el ascenso a tribuno bajo el mando del pretor Didio en Hispania. Un nuevo capítulo en su etapa hispana, le hará ganar fama tanto en la provincia romana como en la Urbe (Roma). Estando acampados durante el invierno en Cazlona, ciudad celtíbera capital de Oretania, localizada muy cerca de la actual Linares. Los abusos de los soldados romanos, llevaron a los habitantes de la ciudad con auxilio de sus vecinos de Oresia, Oretum en latín, a sublevarse contra los romanos. En desbanda y mermados numéricamente, Sertorio consiguió reunir efectivos suficientes para someter ambas ciudades por sorpresa mientras todavía celebraban su victoria. Esto le reportó el ascenso a cuestor y la corona gramínea, la máxima y más rara condecoración militar otorgada durante la República y principios del Imperio. Reservada únicamente a los generales o comandantes capaces de salvar un ejército entero. La corona se elaboraba con flores, hierbas y cereales, recogidos y trenzados en el mismo campo de batalla.

En la Guerra Social o Mársica (91-88a.C.) siendo ya legado, quedó tuerto y, cuando se declaró la guerra civil de Mario y Cinna contra Sila, mandó uno de los ejércitos del bando de su tío que tomaron Roma. Mucho más moderado y disciplinado, su ejército, quedó al margen de las matanzas contra los partidarios de Sila y regresó a Hispania como procónsul. Toda vez que Sila recupere el control de la República para el bando de los optimates, aquellos que apoyaron a los populares se convertirán en renegados, entre ellos Sertorio, que desde Hispania dirigirá la lucha contra la dictadura silana, en las llamadas Guerras Sertorianas (83-72a.C.).

Hispania, de Soldado a Leyenda

Sertorio
crédito: wikipedia commons
Aquí será donde se fragüe la leyenda de Sertorio. Ganándose a los hispanos con rebajas de tributos, un trato afable o librándolos del hospedaje obligatorio de tropas que tantos quebraderos de cabeza traía a los provinciales. Creando un eje central de su presencia en Hispania, con Ilerda, Osca y Calaguirris. En la Capital oscense, tratará de recrear su ideal republicano a través de la creación de un Senado de trescientos miembros. Incluso, proporcionará una academia donde los hijos de los nobles indígenas aprenderán las costumbres y las formas de vida romana, llegando a vestir la púrpura.
Independientemente de la legitimidad de las reivindicaciones sertorianas, lo cierto es que todos los autores coinciden en la personalidad y carisma del general romano, así como en sus más que demostradas dotes de mando. Como demuestran los escritos de César (50a.C.) De bello Gallico y De bello Civile, donde habla de compañeros de Sertorio que se unen a él, dando muestra de la juventud de los seguidores de Sertorio, que en época de César todavía están en edad de combatir y de los que dice ser: «muy expertos en el arte militar, haciendo la guerra a la romana».

Aunque no se han conservado testimonios escritos de primera mano, de personajes históricos que vivieron el conflicto en persona. Se sabe que fueron utilizados por autores posteriores, en su mayor parte con una tendencia favorable a los vencedores de la contienda. Ya que no se encuentran textos prosertorianos hasta las Historias de Salustio(44-35a.C), profusamente popular, y cuya oposición a los optimates de su tiempo le llevan a ensalzar a César y Sertorio, al que ve como precursor del primero. Tratando de rehabilitar la figura del sabino, ya que unos años antes Diodoro Siculo, en su Biblioteca histórica (37-22a.C),había iniciado la tradición antisertoriana, incidiendo en el comportamiento vil, fraudulento y tiránico del personaje, revelando como solución lógica a la trama, el complot para asesinar a Sertorio. Una tradición cuyo mayor exponente será Tito Livio para quien, en su Ab Urbe condita (29-17a.C), el protagonista indiscutible del conflicto será Cneo Pompeyo, que representa al Senado y por consiguiente a Roma. Para Livio todo el que queda fuera de éste o se opone a él, es un enemigo del pueblo romano. Una de las claves de ésta bipolaridad, según D. Gillis, será el criterio a seguir a la hora de considerar legal o no el gobierno de Sila, optimates frente a populares. Bipolaridad de la que se harán eco autores posteriores como Veleyo Patérculo, Valerio Máximo, Frontino, Plutarco, Apiano, Floro… Que justificaran las acciones de unos u otros en pro de un fin lícito.

El conflicto

Cuando en el año 80 a.C. Sertorio acepta acaudillar la guerra iniciada en Lusitania, por los pueblos sublevados de aquella región, no pudo imaginar que iniciaría un período de ocho años que daría pie a tanta imaginaria narrativa. En los dos primeros años, se inició una serie de rápidas conquistas, la adhesión a la causa fue generalizada y generosa, encarando con optimismo futuras acciones. Acompañado del buen hacer de lugartenientes, como Hirtuleyo, también supo aprovechar las circunstancias y la superioridad cultural. Como demuestra el capítulo de la cierva blanca: estando en tierras lusitanas un pastor indígena quiso hacerle un regalo al general, como muestra de agradecimiento en vista de lo que podía suponer su presencia para las expectativas de los hispanos. Como presente le dio una cervatilla blanca que había nacido en su rebaño. En un principio Sertorio no hizo mucho caso del presente, pero viendo que el animalillo le seguía a toda partes y, que este hecho era considerado por los socios indígenas como numen o signo de la inspiración divina, pronto se hicieron inseparable. Utilizó a la cierva frente a sus socii lusitanos y celtíberos, como emisario de los dioses que le advertía de las estrategias a llevar a cabo. Incluso cuando un emisario, le traía la noticia de una victoria o de algún suceso favorable, les pagaba para que mantuvieran silencio, y se las apañaba para atribuir la comunicación de la noticia a la cierva. Fomentando las supuestas virtudes oraculares del animal.

En el 77a.C. Sila envía a Hispania a Cneo Pompeyo, en ayuda de Metelo arrinconado en la Hispania Ulterior. Para nivelar las fuerzas, Sertorio, recibirá la ayuda de Marco Perpenna, con los restos del ejército de Lépido derrotado por Sila. En la estación invernal, Sertorio, mandará fabricar armas nuevas, equipamiento militar y disponer de suministros de todo tipo. Potenciará entre sus aliados indígenas el sentido de la alianza y de unidad hacia una causa común, convocando en Castra Aelia una gran reunión general (conventos sociarum civitatium). La vinculación de los hispanos con Sertorio fue generosa y sin reservas, la razón básica de tan decidida alianza será la arbitraria y abusiva situación de los gobiernos  provinciales, y que Sertorio prometía una política en la cual las relaciones del estado romano con los Hispanii estuvieran presididas por la ley, la moderación y el equilibrio.
Envalentonados por el devenir de los acontecimientos, los generales y los socios de Sertorio están decididos a presentar batalla frontal contra las tropas senatoriales. Conocedor, éste, de su inferioridad numérica y del potencial militar de las legiones romanas, hace gala nuevamente de sus dotes de oratoria y de gran estratega: presentando ante las tropas dos caballos y a dos hombres, uno fornido y otro débil y escuálido. A su señal el hombre fornido intentará arrancar la cola del caballo con todas sus fuerzas. Mientras, el hombre débil irá quitando los cabellos de poco en poco. Finalmente, el hombre fuerte cederá sin resultado, mientras que el otro muestra al caballo desnudo de crines. Con ésta demostración instruirá a las tropas en la paciencia para a atacar en el momento justo. Iniciando una guerra de guerrillas que en nada favorecía a las tropas senatoriales.
Hirtuleyo debería impedir que Metelo avanzara hacia el norte y Perpenna debía bloquear el paso del Ebro. Mientras, Sertorio, cubriría una amplio frente central acudiendo con prontitud a cualquiera de lo dos frentes. En la medida que Sertorio acudía en persona al escenario de los hechos, las batallas se solventaban con resultado favorable. Pero las derrotas sucesivas de sus lugartenientes marcarán el principio del fin de la aventura sertoriana.
Especial mención merece el capítulo del pacto con el rey Mitridates del Ponto que, conocedor del carisma y habilidad militar del general, decidió enviar una embajada a Hispania. Buscaba obtener una alianza militar que le permitiese recuperar los territorios perdidos a manos del gobierno romano en Bitinia y Capadocia. A cambio de ayuda económica y militar en las provincias hispanas. Es éste, un punto de discordia entre las fuentes clásicas, pues mientras los detractores de Sertorio admiten el apoyo al rey extranjero, justificando así su comportamiento vil y tachandolo de enemigo del pueblo romano. Sus avalistas establecen la reiterada negativa del sabino, a pesar de lo ventajoso de las condiciones. Algunos autores, establecen la existencia del trato, pero sin la cesión de las nuevas provincias romanas, justificando así el carácter noble de Sertorio. Ante todo se considera un soldado de Roma, y como tal jamás iría en contra de los intereses de la República. Lo cual ratificaría sus propias palabras, que según él, prefería ser el último de los romanos antes de ser emperador de pueblos extranjeros.

El pricipio del fin

Durante la campaña del 74 a.C. Sertorio había evitado la lucha abierta. Se dedicaba a devastar los territorios para forzar la retirada de sus enemigos concentrados en atacar ciudades prosertorianas, provocando penalidades en el Valle del Ebro y la Celtiberia, como narra Floro:

«…entonces, entregados los unos a devastar los campos, los otros a destruir ciudades, la desgraciada Hispania pagaba la culpa de la discordia entre los generales romanos.»
Sertorio
crédito: wikipedia commons
El año transcurrió sin grandes batallas, pero se caracterizó por un continuo retroceso de posiciones. Todos los enclaves de la Meseta Central fueron cayendo por las armas o por los pactos, a excepción de Clunia, Tiermes y Uxama.

Si seguimos a Apiano, en el año 73 a.C. la situación era de descalabro y desmoralización total en el bando sublevado. A los contratiempos militares hay que añadir las deserciones que anunciaban el fin de la rebelión. Citando a Schulten:

«no fue únicamente el puñal lo que acabó con Sertorio, pues cuando fue asesinado era hombre quebrado ya desde hacía tiempo«.
 
La lex Plautia de redditu Lepidanorum, amnistiaba a los seguidores de Lépido, no olvidemos que entre ellos se encontraban los soldados del ejército llegado a Hispania con Perpenna. Junto a la recuperación de los populares en Roma, supuso la eliminación del último jirón legitimista que justificaba a Sertorio. Las señas de los populares ya no estaban  en sus manos sino en las de los nuevos políticos de Roma que empezaban a reaccionar tras la muerte de Sila. Aunque en un principio, Sertorio no luchaba contra Roma sino contra un gobierno ilegítimo, la distancia y el aislamiento con la capital le hará aparecer como un hostis publicus. Todos estos hechos se unirán a las disensiones entre sus más allegados, que desean tomar sus propias decisiones, lo que dará como resultado el complot que acabará con su vida.
Perpenna junto con otros lugartenientes atraerá a Sertorio hasta Osca con la excusa de dar una celebración en honor del general, conmemorando una de sus victorias. Sabedor del gusto por los buenos modales del general, durante el banquete comenzaron a ser vulgares, esperando la reacción del sabino para acabar con su vida. Con lo que no contaba Perpenna, era con su incapacidad para reorganizar la resistencia, y con la falta de indulgencia de Pompeyo, que no dudo en darle muerte.

Para la capital rebelde, Osca, como para la mayoría de las ciudades que aún se mantenían fieles a Sertorio, la desaparición del la figura del general acabó con la ilusión de luchar por Roma del lado de los romanos. La República no iba a tener piedad en sofocar los últimos rescoldos de la rebelión. La mayoría de las ciudades cedería por capitulación, tan sólo algunos aliados mantendrían su postura hasta el final, sirva de ejemplo el caso extremo de Calagurris: antes de faltar a la fides debida a Sertorio incurrieron en la «execrable impiedad» del canibalismo. Tal era la devoción de los socii hispanos al general. Esto despertó la admiración de autores clásicos como Floro, Valerio Máximo o Aulo Gelio que, en un exacerbado arranque de generalización, dice de ellos: «de los pueblos que lucharon con Sertorio nunca ninguno le hizo defección, a pesar de haber sido vencido en muchas batallas y de tratarse de gente muy inconstante». Lo cierto es que el caso de Calagurris si hace justicia a la visión que, ya desde hacía tiempo, tenían los romanos respecto a los hispanos, como ferox genu. Fama que ya ganaran en el 195 a.C. durante la resistencia de Numancia ante Catón.

Consecuencias de las guerras de Sertorio para el territorio Hispano

Sertorio no prometía la independencia, ni los hispanos la reclamaban, no sólo era impensable sino que además se había convertido en algo inviable. Se sienten parte de las provincias de la República, lo que reciben es la promesa de un trato mejor. Las ciudades hispanas ponen sus esperanzas en Sertorio y en la instauración de un gobierno mejor en Roma. Prueba de ello son las instituciones paralelas que, Sertorio, creo como gobierno en el exilio, y cuyas magistraturas eran ocupadas tan sólo por romanos. Ya que no cabe en la cabeza de un idealista como Sertorio, el hacerlos partícipes ni del gobierno ni de los mandos del ejército. Busca la libertad de la República frente a la dictadura de Sila.

Este episodio marcará una fuerte tendencia a la romanización de toda la zona, la interacción mutua de técnicas, instrumentos de cambio económico y de fuerzas sociales internas. Impulsará la vida de los pueblos hispanos, que se situarán en el umbral de la integración. Aunque todavía no sea posible la fusión, se habrán sentado las bases para la conversión que los lleve a convertirse en una de las provincias más vinculada a los avatares del Imperio.

BibliografíaPlutarco, Vidas paralelas, ed. Gredos, 2010, Madrid.

Apiano, Guerras Civiles, ed. Gredos, 1985, Madrid.

Apiano, Historia  de romana, ed. Gredos, 1980, Madrid.

Carcopino, Jerome, Julio Cesar el proceso clásico de la concentración del poder, ed. Rialp, 2004, Madrid.

Neira Jimenez, Mª Luz, Aportaciones de las fuentes nitrarías antiguas de Sertorio, Editorial de la Universidad Complutense de Madrid, 1986, Madrid.

Espinosa, Urbano, Calagurris y Sertorio, ed. Universidad de Alicante, 1984, Madrid.

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